Dando la espalda al pasado,
uno se queda pensativo
y contempla con admiración
al imperceptible horizonte.
Sentado en la playa mojada,
uno revive el rupestre color
de su querida infancia
y sacia sus insondables deseos.
Y cuando uno se deja llevar
todo gesto y todo suspiro
le sabe a gloria y paz.
Todo se condensa en quimera.
El horizonte, se desvanece
a cada caricia nuestra,
se disipa como un puño de agua
y humedece nuestra mente en cada intento.
Resulta que somos la delgada línea
que separa el horizonte del pasado.
La delgada línea que nos hacer mejor y vulnerable,
que consigue que todo se remueva,
que me permite escribirte
y que hizo sentirme especial.
La delgada línea entre el cielo y el mar es tan delgada que nos confunde pero nos ayuda a entender el inmenso océano profundo de secretos llamado corazón.
Para ti, horizonte y tenura.
Parfait Atchadé
Marzo de 2006
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